13 sept 2015

En su propia tinta. Fuente: El Correo

Hacer del boli un producto desechable lanzó al éxito a Bic.


Bitch en inglés significa lo que significa. Por explicarlo, diremos que es cómo quienes se manejan en la lengua de Shakespeare llaman, por ejemplo, a las pobres madres de los árbitros. Así que como nombre comercial no vale. Ni la propia palabra ni ninguna que se le parezca. Aunque se trate de un apellido aristocrático. Eso es lo que recomendaron en la oficina de patentes francesas en 1950 al barón Marcel Bich. Quítele usted un poco de sonoridad al legado familiar, que de verdad que le irá mejor. Y resignarse, dejarse la ‘h’ en el tintero, era una concesión pequeña para un producto, el bolígrafo desechable, llamado a ser un éxito y tras el que ya había más de un competidor, quizá con un nombre mejor.
Porque tras el fracaso de Ladislao José Biro, quien no logró abaratar los costes de producción de su propio invento, muchos fabricantes de estilográficas se habían interesado por hacerse con la patente de aquellos dichosos bolis que, estaba ya escrito, firmarían el destierro de las plumas. Los ‘birome’, como los denominó su creador, ya habían demostrado su fiabilidad durante la Segunda Guerra Mundial, aguantando carros y carretas y hasta la presión de las cabinas de los aviones sin reventar como las plumas. Sin embargo, el inventor húngaro no supo adaptar su negocio a la paz; sin los encargos de las tropas aliadas, el precio de venta de sus bolis era demasiado elevado para el común de los chupatintas y acabó quebrando.
Finalmente fue Bich quien logró la licencia para fabricar los ‘biromes’ en Europa. Pero el aristócrata italiano nacionalizado francés tenía una idea más clara del negocio que Biro; los bolígrafos debían ser producidos masivamente para poder ser vendidos a un precio muy bajo. Es decir, había que renunciar a materiales duraderos e incluso a cualquier sistema de recarga de tinta; debían ser desechables. Una vez agotados, se podrían tirar sin ninguna pena porque el boli como tal no valía nada; se quedaba en un simple tubito de plástico flexible encerrado en un cilindro de poliestireno que, pasada la edad de fabricar cerbatanas o esconder chuletas, no tenía grandes usos.
Además, Bich mejoró tanto su funcionalidad como su diseño. Copió las técnicas con que los relojeros suizos troquelaban las más minúsculas piezas metálicas y con ellas fabricó la bolita de la punta, que, por primera vez, regulaba el flujo de tinta y evitaba las obstrucciones y los goteos. También realizó una pequeña perforación en el cilindro de poliestireno para que hubiese la misma presión en el interior y exterior del bolígrafo y así la gravedad pudiera hacer su trabajo. Por último modificó su presentación, dándole una forma hexagonal que abarataba la producción y encima evitaba que el boli rodara, y los hizo transparentes, para dejar ver cuánta munición le quedaba. El lanzamiento, en 1952, ya con el nombre de Bic, fue un éxito inmediato que se consolidó con su posterior llegada a los pupitres escolares.
Siguiendo el mismo principio, apelar a la simplicidad para crear productos de un solo uso, Bich se lanzó en los sesenta a estudiar cómo mejorar los primeros mecheros no recargables que ya estaban a la venta, un mercado que dominó por completo en 1975, sólo dos años después de presentar su encendedor Bic. Encendido, ese mismo año decide hacer sudar tinta a dos empresas ya asentadas, Gillette y Wilkinson, y presentar las primeras maquinillas de afeitar con hoja y mango desechables.
Sin embargo, pese a que el consumidor cada vez comulgaba más con la cultura del ‘usar y tirar’, el concepto no era aplicable a todo. La identificación de la marca con lo barato condenó al fracaso los lanzamientos de perfumes en unidades desechables -creados por Guy Laroche, sí, pero vendidos en estancos y gasolineras en botecitos de plástico con forma de mechero- o su incursión en la fabricación de medias con la compra de la firma Dim.
Por suerte, los buenos resultados mantenidos en el tiempo de bolígrafos, mecheros y maquinillas han sido siempre suficientes para encajar fracasos sin medias tintas -como las pérdidas con que se deshizo de Dim o Guy Laroche-, y permitir nuevas aventuras, ya sean meramente corporativas -como la compra de Tipp-Ex- o comerciales, como la ampliación de su su gama de productos con tablas de surf. Su última aportación, de momento, es el lanzamiento de móviles con Orange. Desechables, claro, porque Bic sigue haciéndose en su propia tinta.

0 comentarios :

Publicar un comentario